En un article publicat al diari La Almudaina de Palma, el 25 de març de 1920, signat per Alanís, pseudònim de Miquel Ferrà i Juan, un home d’ideologia centrista i realment compromès amb l’autogovern i la identitat de Mallorca, afirmava que: “Regionalista es otra palara, más vaga si cabe que liberal y que por todos puede aceptarse igualmente sin aceptar en realidad ningún contenido. Cada cual la llena con una idea o mero sentimiento personal que todos comulgarán mientras no los explique.”
Un segle després, és
possible que molts dels nostres conciutadans tenguin una idea semblant dels
partits que al llarg del temps han pretès ocupar aquest espai. La indefinició i
la reivindicació d’un eteri “lo nostro”, que no s’acaba de concretar mai per
por a ser acusats de catalanistes, transforma aquest espai en una mena de marca
blanca de no se sap ben bé de què. Una frontissa que bascula a la dreta o a l’esquerra
segons les circumstàncies polítiques del moment. La gestió institucional
ordinària del dia a dia i les capacitats personals dels seus referents locals,
supleixen la visió d’un tot que no es percep amb claredat com un projecte gaire
diferent dels postulats que puguin representar un PP o un PSOE en versió
autòctona, o una mena de Coalició Canària d’ideologia neutra, en el millor dels
casos.
Tot i tenir un projecte moderat i prou consistent, en aquestes darreres eleccions locals i autonòmiques, l’espai que agrupa regionalistes i nacionalistes de centre ha estat ignorat i castigat. La polarització ideològica s’ha imposat i les alternatives que han volgut agradar a tothom i fiar-ho tot al prestigi personal dels seus candidats han tengut un recorregut limitat. La política vol definició i confrontació ideològica, encara que això tengui els seus costos i no sigui assumible per tothom. Un partit ha de saber quin és el seu espai polític: tant en l’eix dreta-esquerra, com en l’eix de l’autogovern i la identitat nacional. No reafirmar-se allà on un és genuí i emular el discurs de les forces estatals de referència, tard o d’hora, et fa innecessari. Les propostes polítiques poden ser àmplies i plurals, moderades o contundents, però han de ser coherents amb la ideologia sentimental que es pretén representar, liderar i fer créixer.
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Aquí teniu l’article originari i complet d’Alanís. Va ser escrit en un moment en què la debilitat dels regionalistes mallorquins i dels liberals dinàstics illencs va forçar una unió que tampoc no va tenir gaire recorregut; en plena descomposició del règim que va sorgir de la Constitució de 1876, la semi autonomia que disposava Catalunya amb la Mancomunitat, governada per la Lliga Regionalista, i l’avanç internacional dels totalitarismes d’esquerra i dreta.
Fijando ideas
Un pequeño grupo de idealistas ha entrado en el campo de nuestra política local con la enseña liberal y regionalista.
Liberal es una palabra que lo mismo designa en términos generales a cualquier sujeto esplendido y generoso que nunca se metió en política, como a un subcacique de pueblo, mero don fulanista, ajeno a toda virtud y a toda idea. Conocidas las personas que integran el grupo a que aludo, es fácil de colegir el sentido platónico que ellas darán a este término, cuya misma vaguedad les permitió aceptarlo como etiqueta común con hombres de un viejo partido en crisis o en disolución en todo el mundo, al ofrecerles éstos un apoyo material a cambio de un poco de sangre nueva que nadie más podía darles en Mallorca.
Regionalista es otra palabra, más vaga si cabe que liberal y que por todos puede aceptarse igualmente sin aceptar en realidad ningún contenido. Cada cual la llena con una idea o mero sentimiento personal en que todos comulgarán mientras no los expliques. “Liberal-regionalista” equivale pues a X+X.
El tiempo sin duda despejará estas dos incógnitas, es decir, dirá qué espíritu llega finalmente a informar estas dos palabras y a llenar esos moldes.
Alejado, aunque no desinteresado, en la actualidad, de la política activa, libre de etiquetas, porque mi imposibilidad, y quizás mi incapacidad, para intervenir (lo digo sin orgullo) me eximen de endosarlas, sería mi único ideal y mi único deseo que estos moldes los llenara el pueblo mallorquín, si no los fabrica nuevos.
En efecto, yo, el año 1920, no sé lo que signifique en política, espiritualmente valorada, la palabra liberal, como no sea la añoranza sentimental de algo que ha muerto virtualmente con el siglo XIX, o la resistencia al ideal brutalmente positivo de justicia que incuba en todo el mundo, un nombre de unos principios agotados. Y por lo que se refiere al regionalismo, nunca me ha satisfecho por entero tal vocablo, que entraña un no sé qué de rétréci y de inespiritual, muy distinto de aquel nacionalismo que se cifra, no en el cultivo de la mera diversidad pintoresca ni en la simple conveniencia administrativa, sino en la elaboración integral de una cultura de valor universal y humano.
Lo que en realidad distingue específicamente de los demás partidos el grupo regionalista mallorquín –le nom ne fait rien á la chose- , no es su amor a la región, sentimiento natural en que coincidimos todos, así en abstracto; es su modernidad intelectual, sus gustos europeos, su consciencia del problema de la incorporación de Mallorca al mundo superior de la cultura: lo que supone precisamente una nacionalización, porque toda cultura tiene que ser y ha sido siempre producto nacional. Todo ideal vivo busca en el alma propia la substancia: los frutos serán de todos; el troco ha de arraigar en un suelo determinado, aunque extienda ilimitadamente sus raíces y el follaje absorba todas las auras:
…Sap que la soca més s’enfila
Com més endins pot arrelar….
Voy a reducir mi pensamiento a una fórmula muy clara, digo para los que sepan leer –porque yo tengo el vicio de escribir para los que saben leer-. Los inconscientes de nuestro problema espiritual, como mallorquines se detienen en Mallorca y, como ciudadanos de la nación, se desnaturalizan. Nosotros, por el contrario, “sentimos el mundo a través de Mallorca” y sólo a través de Mallorca y como prolongación de ella podemos sentir la nación.
No queremos ser un apéndice ni una colonia. Queremos ser, grande o pequeño, un centro.
La afirmación de una solidaridad de raza con el pueblo de Cataluña, comprendida por todos, aunque desigualmente sentida por nuestros mismos “regionalistas”, mueve a algunos compatriotas demasiado acostumbrados a la impersonalidad política de Mallorca, a preguntarse con recelo si no se brinda a los mallorquines con un cambio de dependencia.
Ni tal idea de aceptar un nuevo yugo ha pasado nunca por la mente de los que nos llamamos catalanistas, ni, si este yugo nos amenazase, desdeñaríamos la cooperación de ningún mallorquín para rechazarlo. Nosotros no nos hemos preguntado jamás de quién tenemos que depender, sino “con quién debemos colaborar” más directa y estrechamente en la obra de civilidad y de cultura, obra “nacional” por esencia, en que es fuerza que participe todo pueblo que no se resigne a ser mero beneficiario de la civilización ajena.
Y la respuesta a esta pregunta es muy sencilla: Con los que nos acepten tal como somos, sin obligarnos a una previa desnaturalización desvirtuadora y denigrante.
Y mejor aún que tal como somos, tal como debemos ser, por más que protesten los que identifican nuestra actual miseria espiritual con nuestra esencia. Porque depurarse, elevarse, ennoblecerse, aunque sea paralelamente con sus afines, no es desnaturalizarse.
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